Ibn Firnás: El primer hombre que voló

Desde el comienzo de la historia, el hombre ha querido e intentado volar. De hecho, la historia más antigua que conocemos sobre esto es de hace unos 3400 años, cuando Ícaro murió, literalmente, en el intento. Después han sido muchos los que con el paso del tiempo han intentado volar, con la mala suerte de acabar muertos, heridos o con la dignidad por los suelos tras su fracaso. Por eso, muchos de ellos acabaron reconociendo que “el hombre nunca podría volar”.

Abu l-Qāsim Abbās Ibn Firnās, fue uno de los primeros eruditos de época andalusí. Nació cerca de Ronda (Málaga) en el año 810 y estudió química, física y astronomía, convirtiéndose en uno de los personajes más importantes y fascinantes del siglo IX. La mayor parte de su vida la pasó en la Córdoba de los Omeyas, a donde llegó para enseñar música y poesía y donde trabajó para los emires Abd al-Rahmán II (822-852) y Muhammad I (852-886).

Entre los muchos diseños, ideas, inventos y descubrimientos de nuestro Ibn Firnās destacan algunos como el reloj de agua, que servía para saber la hora durante la noche cuando los relojes de sol no funcionaban; fue el primer europeo que desarrolló la técnica para cortar el cristal de roca (hasta entonces solo lo hacían los egipcios) e ideó también el astrolabio (instrumento esférico utilizado para realizar cálculos y observaciones astronómicas precisas). Además, construyó un planetario en su casa con efectos especiales que simulaban lluvia, nieve, rayos y truenos.

Pero sin duda, lo más llamativo y lo que más le obsesionaba era el poder volar. En el 852 fue el primer ser humano que, basándose en cálculos científicos, intentaba volar ante cientos de personas que no hicieron más que ver cómo se estrellaba contra el suelo. Se lanzó desde una de las torres de la ciudad con la única ayuda de una lona. A pesar de su fracaso se convirtió, sin quererlo, en el inventor del paracaídas. Esto no hizo más que avivar sus ganas por conseguir su propósito de volar y, en el 875, cuando tenía 65 años, construyó un aparato volador con plumas de rapaces pegadas a una estructura de madera que se ajustaba a los hombros y se extendía por los brazos y se volvió a lanzar desde una torre, esta vez bajo la atenta mirada de miles de personas que previamente él mismo había invitado, y a pesar de que cayó sobre un valle rompiéndose las dos piernas, fue todo un éxito, ya que permaneció en el aire unas decenas de segundos. Tras la experiencia se dio cuenta de su error: “¡tenía que haber añadido una cola al artefacto!».

Murió doce años después, en el año 887, considerado como el primer hombre que voló.

Hoy en día existe un aeropuerto llamado Ibn Firnās en Bagdad. Un cráter de la cara oculta de la Luna también lleva su nombre. Y en Córdoba, la ciudad que le vio volar, se inauguró en 2011 un puente con su nombre: su figura está en el centro, desde esta salen dos alas que llegan a ambos extremos del puente (si os fijáis en la foto que hay bajo estas líneas, veréis el puente y, esa forma, ¿a qué os recuerda a nuestro andalusí volando?), una obra muy peculiar del ingeniero José Luis Manzanares Japón.

En su ciudad natal, Ronda, un centro astronómico lleva su nombre.

Puente Ibn Firnās, Córdoba.

¿Conocías a este sabio andalusí? ¿Sabías que fue este malagueño afincado en Córdoba el primer hombre que consiguió volar?

Un saludo!

Autor/a: Alba Mª Pino Molina

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