La Casa de las Cabezas, ubicada en la calle Cabezas número 18, es el lugar perfecto para realizar un viaje en el tiempo y regresar a la Edad Media para conocer como vivía, en aquel entonces, una familia noble. En ella podemos ver numerosas y muy diferentes estancias como el salón, el despacho, la cocina, los dormitorios, sus cuatro maravillosos patios y el sótano, donde se encontraban los establos. Llama la atención una pila de época romana que, al parecer, cuando la casa fue posteriormente habitada por judios, funcionó como Miqve, es decir, una bañera donde los judios realizaban el ritual de purificación y que solía encontrarse en las sinagogas. Precisamente por esto, durante la Inquisición, en el siglo XV, se hizo correr el rumor de que este edificio estaba siendo utilizado como Sinagoga. El rumor llegó a oídos del tribunal, que mandó quemar en la hoguera a más de doscientos judios conversos que acudían a esta, convirtiéndose en el mayor auto de fe ocurrido en España.
En ella se conserva también uno de los pocos estrados femeninos (lugar en el que se sentaban las mujeres) que se conservan en España, junto al de la Casa de Lope de Vega y la de Cervantes.
Sin embargo, lo mejor es el famoso callejón de los siete arquillos, que fue el escenario de una de las leyendas más conocidas e inquietantes de la ciudad, la de los Siete Infantes de Lara.
Según la leyenda, Gonzalo Gustioz y sus siete hijos fueron invitados a la boda de Ruy Velázquez y doña Lambra, sus cuñados y tíos respectivamente. En un enfrentamiento entre la familia de la novia y los Infantes de Lara, Gonzalillo, el menor de los siete infantes, mató por accidente a un primo de la novia, pero el asunto quedó ahí.
Tiempo después, doña Lambra vio en paños menores a Gonzalillo, tomándolo como una ofensa. Ante esto, y para vengar la muerte de su primo, ordenó a uno de sus criados que arrojase al pequeño de los infantes un pepino relleno de sangre. Gonzalillo reaccionó matando al criado que se había refugiado bajo el manto de su señora. Pero doña Lambra tenía sed de venganza y junto a su marido urdieron un plan. Convencieron a Gonzalo Gustioz para que fuese a Córdoba a entregarle una carta a Almanzor, lo hizo, sin saber que en su interior ponía: “mate al portador”. Por suerte, Almanzor se apiadó de él y en vez de matarlo lo encerró en la prisión de la actual Casa de las Cabezas. Al mismo tiempo, enviaron a los infantes a una emboscada musulmana en los campos de Soria en la que resultaron asesinados y decapitados. Las siete cabezas de los infantes fueron enviadas a Córdoba y mostradas a su padre en bandeja de plata. Como trofeos, las cabezas fueron expuestas sobre los siete arquillos del callejón morisco de la Casa de las Cabezas, una cabeza por cada arco. Gonzalo Gustioz contempló con un enorme dolor las cabezas decapitadas de sus siete hijos.
Según la leyenda, mientras estuvo preso Gustioz fue aliviado por Fátima, la hermana de Almanzor, con quien tuvo un hijo al que llamaron Mudarra. Con el tiempo, conociendo su historia, fue él quien vengó la muerte de sus hermanos matando a Ruy Velázquez y quemando el palacio de doña Lambra con ella en su interior.
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Autor/a: Alba Mª Pino Molina